por Elizabeth Gómez Cortés
¿Quién se atrevería a detener esta sensación de impregnada emoción? No podía dar crédito a ese capricho inmerecido del universo, desde que tenía memoria exigía que ocurriera, exigía la presencia de ese ente justo frente a su vista.
Era una creación inmaculada, radiante y extraña al mismo tiempo, no se imaginaba que tuvieran objetivamente el rostro tan divino y desconocido, ojos gigantes, profundamente negros como los describían algunas ilustraciones y fotografías falsas.
Lo que le fascinaba de ellos eran sus manos extendidas, dedos largos y perfectos, invitándole a ir con ellos a donde quiera que fuera su destino, con esa increíble fragancia sobre algo que omitía su memoria olfativa, pero que sin duda era agradable hasta el infinito.
Dudó por un momento, pues se cuenta que una vez iniciado el viaje la gente se va y no vuelve a ser la misma, no sabía siquiera si volvería o si tenían planes de llevársela para siempre. La única manera de enterarse era en definitiva acompañándolos, no sabía cuántos eran, si decenas, cientos, millares o solo una ilusión única de ese personaje frente a ella, irradiando luminiscencia y una magnifica paz que no se conocía en el mundo de los mortales.
Habló sin conversar, le dijo a través de la mente que no tuviera miedo, que llevara con ella la seguridad de atreverse a descubrir de una vez por todas autenticidades absolutas, le endulzó el oído sin palabra alguna y la sedujo con ese calor que despedía su presencia.
Ella avanzó hacia la luz, colmada de regocijo combinado con desasosiego, cerró los ojos un instante como es común cuando realmente disfrutamos algo, pero en seguida los abrió, no quería perderse detalle de lo que iba a suceder.
Al abrirlos se dio cuenta de que estaba completamente ciega, pensó que el motivo era tanta y tanta luz, se talló los ojos esperando que todo regresara a la normalidad, un blanco absoluto. En seguida gritó que no podía ver nada y deseaba saber qué estaba ocurriendo. Unas manos blandas y alargadas la tomaron por los hombros, otorgándole de nuevo la paz a la que no estaba acostumbrada, ella comprendió que debía calmarse y confiar.
Instantes después abrió los ojos, se encontraba acostada en un bosque que reconoció cercano a su casa, el brazo le punzaba y en su muñeca izquierda un mensaje tatuado como brazalete, decía con letras cursivas y altamente legibles:
“La mala costumbre de querer percibirlo todo deja en los humanos una terrible decepción cuando no resguarda su configuración. Búscate en lo desconocido y confía en aquello que a veces es mejor no saber”.
Elizabeth Gómez Cortés
1983
Originaria del Estado de México, México
Licenciada en Ciencias de la Comunicación en la Universidad del Valle de México. Es cuentera, diseñadora de talleres de fotografía sensitiva, docente cultural para niñas, niños, adolescentes, jóvenes, mujeres y adultos, es amante de la comida, directora de Tonal Estudio, organizadora de eventos propios y ajenos, escritora de relatos y cuentos de terror, ficción, decide compartir estas letras para encontrar un punto de vista diferente al suyo.
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