A Fernanda Xochiquétzal
Se dice que alguna vez la luna se convirtió en madre, logrando así uno de sus anhelos más preciados. Dichosamente arrulló a su bebe en compañía de las estrellas, la amamantó mientras le cantaba historias de los seres nacidos de la planta del maíz que habitaban el planeta del que era guardiana. Los milenios pasaron y la hija de la luna se convirtió en una bella mujer que irradiaba una hermosa luz intensa y atrevida, quien la conocía quedaba prendado de la belleza y bondad de su corazón. Sin embargo, la hija de la luna tenía un secreto que con nadie compartía, pero que poco a poco iba dejando un rastro de soledad en su ser.
Cierto día la luna observaba como su hija perdía su mirada en el infinito y con amorosa espera buscó el momento propicio para poder entrar en su corazón.
—Hija mía, ¿Cómo puedo ayudarte?
—Madre — le contestó con los ojos llenos de lágrimas—hay algo que deseo con toda mi alma, pero tengo miedo de pedírtelo porque no quiero provocarte un sufrimiento.
La luna que ya sabía lo que su hija anhelaba, sonrió de manera cariñosa, aunque tenía miedo. Pero, para que la vida siga fluyendo es necesario soltar, aún lo que más se ama.
—Dime lo que guardas en tu ser hija, no temas, tus palabras o acciones no provocaran en mi pena alguna— Ixchel, el nombre que le daban a ella los hombres hechos de maíz, con amor infinito rodeó con sus brazos mientras acariciaba y besaba los cabellos de quien alguna vez vivió en su seno.
—Quiero… Quiero ser humana y poder vivir todas esas historias que me contabas de pequeña. Quiero amar, reir, llorar… Quiero…
—Es verdad que mi corazón siente temor al escucharte decir estas palabras—contestó Ixchel dulcemente— pero mi aspiración es que puedas vivir tus sueños, así que te propongo lo siguiente:
—Dime madre
—Bajarás al mundo de los humanos y tomaras su naturaleza, vivirás entre ellos por el lapso de una vida terrestre, sentirás como ellos, sufrirás como ellos, amarás como ellos, pero, cuando sea el momento volverás a mí.
La hija de la luna miraba con devoción a su madre, le estaba otorgando el regalo que más deseaba. Una vida terrestre sería suficiente para estar entre los humanos, ellos, los hombres del maíz que tanto admiraba.
La luna cumplió su promesa llevando a su hija al vientre de una mujer que dio a luz a una pequeña de ojos vivarachos y alegría que se desbordaba entre risas y travesuras continuas. La nombró Fernanda.
La niña creció entre los humanos como uno más de ellos, su curiosidad y ganas de experimentar la vida hacían que su madre se llevara las manos a la cabeza más de una vez y el corazón se le fuera a la boca en repetidas ocasiones. Fernanda se convirtío en una mujer muy especial, su luz irradiaba amor a todo aquel que en su camino la encontraba, su carácter alegre iluminaba los días lluviosos de quienes compartían sus experiencias.
Pero, así como su luz era una guía para muchos, también representaba una amenaza para otros, quienes con malos tratos quisieron apagarla. Hubo personas que se aprovecharon de su bondad e ingenuidad y sembraron dudas en su corazón, le hicieron creer que su valor dependía de situaciones externas a ella, le dieron vida a monstruos que lentamente susurraban palabras llenas de temor en su oído haciendo que ella olvidara su verdadera naturaleza.
En su condición humana Fernanda en ocasiones olvidaba que era parte del ser celestial que ilumina nuestras noches y llegaba a creer que cada experiencia que vivía minaba su alma, por lo que su madre Ixchel, le mandaba pequeños recordatorios, en ocasiones eran perritos que encontraba abandonados en la calle a los cuales con mucho cariño la hija de la luna acogía. Entre abrazos caninos podía encontrar paz y recordar cuál era su verdadera naturaleza, el amor.
Aunque Fernanda cayó muchas veces, se levantó siempre una vez más; no fue fácil para ella, pero con valentía superó cada una de las adversidades que se le pusieron en el camino, llegando a comprender que eran sólo experiencias del viaje en la eternidad.
La luna siempre protectora de su hija, nunca le abandonó, le miraba con orgullo viéndola desenvolvolverse con gracia en una vida que no era fácil. El haber renunciado a sus dones como ser eterno y haber encarnado las limitaciones de una vida humana sólo le hacían sentir su corazón henchido de felicidad. Era madre de un ser lleno de luz dispuesto a sufrir las penurias de una existencia mortal para poder llevar esas enseñanzas a los cielos y compartirlas con los seres eternos, para que ellos no olvidaran el verdadero sentido de la existencia.
Fernanda tuvo la valentía de volverse vulnerable para encontrar fuerza, encarnó aflicciones y sufrimientos para descubir el amor, probó el amargor de una lágrima nacida de la tristeza para así poder descubrir la belleza que brota de la felicidad.
Hoy en día se dice que la hija de la luna habita entre nosotros, iluminando la vida de quienes la rodean, abriendo caminos, luchando contra los prejuicios erróneos, llenando de sonrisas los atardeceres, llorando cuando es necesario, siendo humana, siendo mujer…
Erika Castillo (Chihuahua, 1982) Estudió Ingeniería Industial en el Instituto Tecnológico Superior de Nuevo Casas Grandes. Escritora y poeta bilingüe. Ha laborado en empresas binacionales a cargo de áreas de Aseguramiento de calidad, Evaluación de proyectos y Finanzas, también incursionó en el área de Marketing y Diseño de productos.
Madre de familia y lectora ferviente desde su infancia. Ganó el concurso de cuento a nivel estatal organizado por la DGETI en 1997. Ha publicado en varios medios digitales y participado en mesas de diálogo organizadas por Anaquel Literario, comunidad literaria e intercultural. Actualmente colabora con la publicación quincenal Las Aventuras de una mamá lectora.
Su relato ¡AHORA ME TOCA A MI! Se encuentra en la Antología Recolectores de Silencios de la Universidad Autónoma del Estado de México 2021. Participó en la antología de Alas de mariposa con el poema Transformación.
Participó en el Primer encuentro Internacional de Poesía de Xochimilco en Septiembre 2021.
Obtuvo mención especial en el segundo concurso internacional de relatos fantásticos del Diario Tinta Nova con el cuento El Primer Colibrí.
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