por Daniela López Martínez
El frío era intenso, el cielo estaba nublado y hecho de nubes densas con figuras extrañas, parecidas a rostros, adornados por plantas exóticas flotantes que recorrían grandes distancias a través de los aires, pero ella seguía caminando, iba en busca de Uriel que desapareció hace tiempo. No le temía a aquel lugar extraño. Caminaba por el puente de cristal que cruza la ciudad cuya arquitectura era fascinante: para llegar a la extraña ciudad era necesario atravesar el puente formado por diminutos vidrios que pocos notaban, debido a la vertiginosidad en la que vivían hombres y mujeres de ese lugar; los altos barandales metálicos componían enormes redes, parecían telarañas que escondían casi por completo el paisaje que yacía a su alrededor, nadie externo se había atrevido a entrar a la ciudad, en el fondo Gianella sabía que no debía hacerlo, pero aquello no le producía miedo, lo único que deseaba era ver a Uriel y mirar su cálida sonrisa.
La ciudad, además de poseer una arquitectura peculiar, donde casas y edificios estaban situados formando hexágonos concéntricos, poseía una energía que la mantenía en pie, había rumores que aseguraban que aquella energía trabajaba ininterrumpidamente día y noche y era capaz de proveer de electricidad a la ciudad entera, sin embargo, el comportamiento de esa energía era misterioso, similar a la energía que poseen los sistemas termodinámicos. Era imposible no mirar la majestuosa luminiscencia que cubría aquel sitio. La incredulidad de Gianella ante los extraños fenómenos que ocurrían ahí iba desvaneciéndose, miraba con sorpresa el comportamiento de los objetos que flotaban a unos cuantos metros por encima del suelo: lonas, sombreros, utensilios de cocina, alfombras y otras cosas permanecían suspendidas, incluso las empresas se han valido de esta peculiaridad para promocionar sus productos y servicios. Había enormes anuncios flotantes, pantallas que incesantemente invitan a los ciudadanos a adquirir sus productos, su ingravidez era el velo que cegaba sus destinos. No obstante, Gianella apreciaba la belleza de esa ciudad que iba abriéndose a cada paso.
Desde pequeña a Gianella le encantaba mirar esos detalles, su imagen multiplicada en los cristales del puente la hacían pensar que se encontraba dentro de un sueño configurado a partir de aquellas excentricidades, apreciaba los objetos de ese mundo porque estaban ahí para ella, en su finita existencia. Mientras caminaba pensaba en las historias que le había contado su abuela sobre aquella ciudad, según esas historias, los hombres y mujeres que habitaban aquel sitio habían evolucionado de tal suerte que ya no necesitaban cinco dedos, su visión era perfecta y su piel, ligeramente grisácea, era extremadamente suave, cubierta por un capa más gruesa que los protegía de los rayos solares.
Su abuela creía, además, que en el corazón de la ciudad había un ser que vigilaba cada movimiento de sus habitantes; aquel ser podía planificar los cambios producidos en la ciudad entera, él era el responsable de las plantas flotantes, los climas oscilantes y de la ingravidez de los objetos. La abuela siempre le decía que nunca debería atreverse a perturbar las condiciones que constituían aquel lugar, nunca debía intentar entrar en él pues, el más mínimo revoloteo de una mariposa podría desencadenar el caos, pero para Gianella esto no tenía sentido, estaba ansiosa por conocer lo que ocultaba la ciudad.
Por fin había cruzado el puente, los primeros edificios se asomaban, las calles iban trazándose en medio de la estridente ciudad, vio a un hombre que estaba de pie en la esquina en donde se cortaba la avenida principal, el hombre estaba de perfil, parecía que se trataba de Uriel, pero tenía en la piel un tono grisáceo, llevaba puesto un suéter negro, un pantalón de mezclilla, unos guantes negros y unos zapatos que estaban sucios. Ella se acercó hacia donde se encontraba aquel hombre, sus manos comenzaron a sudar, sintió cómo iban agitándose sus latidos, intentó disimular su nerviosismo pero al darse cuenta de que ese desconocido era Uriel o alguien que lo imitaba con maestría, no pudo controlar sus impulsos y le habló sin embargo el hombre la miró de soslayo y sólo sonreía, aquel gesto le provocó terror, por primera vez sentía que algo la estrujaba por dentro… El hombre cruzó la avenida dando grandes saltos.
Decidió seguirlo, a pesar de su temor, caminaron por una larga y angosta calle, llegaron hasta una pequeña plaza donde sólo había un anciano que aparentemente limpiaba las bancas con un trapo húmedo, también llevaba puestos unos guantes negros. Uriel se detuvo y comenzó a balbucear algunas palabras:
— Erc parés um… — dijo el hombre, al tiempo en que alzaba la cabeza y ambas manos al cielo.
— Surc am des — respondió una voz grave desde el fondo. Gianella no pudo comprender el significado de aquellas palabras.
De pronto miró al cielo, vio cómo un gusano hecho de nubes iba bajando y las plantas flotantes cayeron de súbito formando grandes agujeros en el piso, Uriel volvió a desaparecer entre la neblina de polvo y el anciano rompió en llanto mientras señalaba hacia el lugar donde antes estaba el puente, se quitó los guantes y Gianella pudo ver que cada una de sus anchas manos sólo tenía tres dedos, intentó correr hacia el puente de cristal, pero fue destruido por una planta gigante que cayó de los cielos.
No había escapatoria, tendría que enfrentar a la ciudad que ella misma había perturbado. A lo lejos escuchó los ecos de las sirenas y los gritos de hombres y mujeres que pedían ayuda. Deseaba regresar, pero sabía que esto era imposible. En el horizonte se extendía pausadamente la magnífica luminosidad como si alguien desde lejos controlara aquellos parpadeos.
El caos nace por la perturbación del suave revoloteo de una mariposa.
Daniela López Martínez
(México, 1992).
Es licenciada en Filosofía por la Universidad Autónoma Metropolitana Unidad Iztapalapa. Es promotora de lectura. Ha publicado distintos cuentos de ciencia ficción, entre los cuales destacan: "La invencible" en la Revista Espejo
Humeante No. 5, en Febrero del 2020, "Niebla Intermitente" en la Revista digital de ciencia ficción y fantasía Teoría Omicron, No. 3 en Octubre del 2020. Su cuento "El fugitivo" fue seleccionado para publicarse en la antología de Plétora Editorial que saldrá próximamente.
Escribe ensayo, cuento y poesía. Le interesa la ciencia ficción por su potencial especulativo para comprender el devenir de las sociedades contemporáneas.
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