por Lucía S. Walls
La única luz que alumbraba la desolada calle parpadeaba luchando con todas sus fuerzas por mantenerse con vida. Iluminar el camino con el celular era más sencillo que depender de aquel débil destello. Don Martín lo llevaba por costumbre y le había sido útil para no caer con las banquetas resquebrajadas que no habría podido ver de otra manera.
Tal vez habría sido mejor ir sin nada de luz. Deambular en la oscuridad como el alma en pena que era desde que Perlita había desaparecido. Quizá así ya se habría caído a un pozo y roto el cuello; así se evitaría la tediosa tarea de caminar hasta el lago para acabar con su sufrimiento.
— Entrégame tu celular y tu cartera — dijo una voz gruesa detrás de él. Sintió un metal frío contra su espalda y sonrió con tristeza. Lentamente se giró, sosteniendo en alto el celular con la mano derecha.
— Si lo quieres tendrás que matarme. — contestó. El chico que sostenía la pistola frente a él era menudo y titubeó sobre como actuar después de escucharlo.
— ¡No estoy jugando, viejo estúpido! — gritó en un tono más agudo que antes. Le temblaba la mano con la que sostenía el arma, así que optó por agarrarla con ambas manos para recuperar firmeza. Don Martín tomó la pistola, con los dedos del chico aferrándose a ella, y la puso en su propia sien.
— Anda, dispara ahora… ¡Qué dispares! — el chico soltó el arma y, retrocediendo asustado, cayó al suelo.
— ¡Por favor, no me mate! — chilló tapándose el rostro con los temblorosos brazos formando una equis. — Solo quiero llevarle comida a mi niña. Tiene tres añitos. No me haga nada, jefe.
Don Martín se secó las lágrimas rápidamente, sin poder evitar que se agolparan en sus ojos ante la mención de una hija, aunque posiblemente fuera inventada. Sacó su cartera y se la aventó al chico junto a su celular, conservando el arma. El chico miró boquiabierto como el señor le daba la espalda.
— Tu hija no tiene la culpa de que su padre sea una basura. Dale todo lo que se merece y no dejes jamás que alguien te la arrebate.
El chico se quedó en el suelo, viendo a Don Martín alejarse hasta que desapareció en la oscuridad por completo. Tomó las cosas que le había arrojado y se puso de pie, sacudiendo su ropa. A punto de emprender su camino de vuelta a casa, escuchó el inconfundible sonido de un disparo. Resonó por solo unos segundos, pero la sensación que lo envolvió en ese momento se quedó por siempre grabada en su mente; el sufrimiento de aquel hombre era inhumano.
Lucía S. Walls es originaria de Nuevo León. Con 27 años comienza la búsqueda de su camino en el mundo de las letras, con el que ha tenido romances fugaces que por fin llega a consolidar. Lucía encuentra su libertad y su propia voz en la escritura, explorando las emociones humanas en mundos tanto realistas como fantásticos.
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