por Irma Itzel Loyo Dorantes
En alguna parte del mundo, un pequeño pueblo estaba inundado de temor. Varias personas desaparecían al azar, ninguna víctima se relacionaba entre sí e incluso los cuerpos nunca aparecían. ¿Un asesino serial? La deducción de la policía del pueblo. Todos sospechaban de todos, incluso el asesino.
Lo único que no lo convertía en un asesino serial era el hecho de que llevaba a sus víctimas a su hogar y nunca se planteaba el hecho de que su vecina pudiera atraparlo.
Era inteligente para tomar a sus víctimas, convencerles de que era de fiar y les ayudaría a lo que ellos necesitaran; en matarlos en algún lugar que era punto ciego. Pero no era tan inteligente para despistar a su vecina, para quitar el olor nauseabundo que dejaban los cadáveres en su auto y en las horas que se la pasaba intentando cocinar un corte de carne a la perfección. Un simple animal se tardaba menos de una hora en estar listo.
Y aquella muchacha de apenas veinticinco años fue valiente en seguirle un día entero. En esperar a que saliera del trabajo, acompañado de alguien que acababa de conocer hacer cinco minutos. De detener su auto a medio kilómetro de dónde se dedicaba a matar y destazar a aquel pobre humano. De guardar sus piernas, sus manos, su cabeza, sus órganos en una bolsa negra de plástico como si se tratase de un pollo o una vaca. Cómo si fuera algo común.
La joven, petrificada, regresó a su hogar a arreglarse para la fiesta que haría aquel vecino despiadado suyo. Una fiesta del pueblo. Si alguno de los tantos dichos que su madre le había dicho en la juventud fue “Mantén cerca a tus amigos, pero aún más a tus enemigos”. Sabía que no era tonto y no iba a matarla.
Aproximadamente a las diez de la noche la mayoría del pueblo estaba reunido en su casa, pasándola bien, riendo de los chistes locales y compartiendo un par de tragos.
—Este corte sabe exquisito, ¿dónde lo compraste? —Exclamó algún vecino, relamiéndose los labios llenos de grasa.
—¡Oh!, un viejo amigo me da de vez en cuando un par de animales. Los cuida bastante bien—Se limitó a responder, dándole un vaso de ron.
—Sin duda, es muy deliciosa la comida. Eres un gran cocinero— Exclamó la mujer del vecino. Nuestro asesino masculló un gracias.
Su vecina no le perdía la vista, seguía atenta a sus pasos. Se sorprendía de lo amable que era aun siendo un asesino.
A las doce de la madrugada, su hogar se iba vaciando. Su vecina esperaba a que el hogar estuviera totalmente vacío para interrogarle y llamar a la policía.
—Te he descubierto. Sé lo que haces— Murmuró la joven, dejando caer su cuerpo en el sillón más cercano.
—¿Te gustó mi comida? — Respondió el contrario totalmente calmado. La mujer no entendió— Antes de que me amenaces o llames a alguien más para atraparme, respóndeme lo que te pregunté.
—S-sí— Tartamudeo la joven, sintiendo la presencia del asesino detrás suyo—. ¿Qué tiene que ver eso con tus crímenes?
—Eres tan tonta— Exclamó el mayor, sonriendo para sí— y tan prejuiciosa. Dime, ¿consumes carne animal?
—Claro, pero no estamos hablando de mí. ¡Esto es sobre ti! — Exclamó desesperada.
—Entonces, ¿te atreves a juzgar mi fuente de comida cuando tú eres igual de asesina que yo?
—¿De qué hablas? —Murmuró, sintiendo náuseas al asimilar la información brindada.
—Sí, a mí me basta con un humano para tres semanas y un montón de frutas, verduras y semillas que pueden saciar mi hambre. En cambio, tú tienes a diez animales muertos en una fábrica, esperando a que los consumas sin importarle a la industria sus sentimientos y su familia. Como si los animales no tuvieran valor alguno. No tienes auto, pero contaminas muchísimo más que yo. Eres una escoria más en el mundo.
—¡Es exactamente lo mismo que tú haces!
—Claro, pero yo no tengo detrás de mí diez animales no humanos. Tengo dos humanos para un mes pero no consumo nada que una industria explote— hizo una breve pausa—, bueno, los humanos también son explotados pero tienen consciencia de que ellos también explotan, así que es un tipo de justicia, ¿entiendes? Soy el Batman de la industria alimentaria— Explicó, tomando asiento frente a la joven y esbozando una sonrisa burlona.
—Estás enfermo— Masculló a punto de desmayarse—. Entonces, lo que acabamos de comer...
—Sí, algún carnicero— Sonrió, dejando un cuchillo en una barda—, y al parecer, les encantó.
La policía derrumbó la puerta del hogar, el asesino fue detenido y llevado preso. Fue sometido a muchos exámenes psicológicos. Todo parecía normal, pero claramente él no lo era.
Irma Itzel Loyo Dorantes nació el 15 de Julio de 2004 en el Estado de México.
Actualmente vive en la Ciudad de México y cursa el quinto año de preparatoria en la
Escuela Nacional Preparatoria no. 9 “Pedro de Alba”. Por otro lado, está estudiando la carrera técnica de enseñanza de inglés en el mismo plantel
Su meta de vida es poder dedicarse a la escritura y lograr ser publicada a una temprana edad con cuentos que se le ocurren en cualquier lapso. La carrera que piensa estudiar es Lengua y Literatura moderna.
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