por Anacaren Pérez Ramírez
Estoy tumbado en el suelo y ya no puedo moverme. Todo es tan frío aquí. Cuando bajé por aquellas escaleras no pensé que tardaría tanto en este lugar, pero debí entenderlo porque me jalaban con una cadena como si hubiera hecho algo malo, aunque no lo entiendo del todo. Me han traído comida y agua, pero la verdad es que ya no me quedan fuerzas para arrastrarme por ella. Solo puedo respirar y mantener mis ojos entreabiertos y, a veces, consigo quedarme dormido. Extraño la libertad que solía tener, extraño mucho a Alis. Recuerdo que con ella solía disfrutar del campo mientras corría para alcanzarla. En mi recuerdo aún puedo sentir el aire y la alegría, pero ahora estoy rodeado de tres muros de piedra y uno con barrotes tan estrechos entre sí, que no puedo cruzarlos para escapar. Aquellos hombres que me traen la comida dicen que es una celda, pero no entiendo a qué se refieren. Me encuentro muy confundido.
Al principio, cuando llegué, solo me ocupaba en caminar de un lado a otro pensando en cómo podría escapar, pero el pasar de los días me hizo comprender que a menos que Bhlaz viniera, todo sería inútil y empiezo a creer que incluso aquel chico amable tampoco podría hacer mucho. Tal vez hasta podría pasarme lo mismo que le ocurrió a la que ocupó la celda de al lado por apenas seis noches.
Ese día me encontraba soñando con todos esos hermosos paisajes que vi mientras recorría los bosques entre una cosecha y otra junto a Alis, pero todo aquello se interrumpió cuando vi que uno de los guardias la obligaba a bajar las escaleras con una cadena, como a mí, mientras que el otro la empujaba del trasero. —¡Baja de ahí! —le gritó Randall, el que la jalaba—. ¡Maldición! —Siguió refunfuñando. —¿Por qué tienes que gritarle?, solo jala la cadena —dijo Bennet, que comenzaba a frustrarse.
—Tal vez sería más fácil si la empujaras en serio. ¡Está demasiado pesada como para cargarla! —contestó estresado.
Sé que ellos no lograron comprenderla entre tanto chillido, pero ella gritaba: «¡Tenía hambre!, ¡¿por qué me acusan por tener hambre?!, ¡no quiero entrar ahí!, ¡suéltenme!».
La escena causó tanto furor que Bennet le dio una patada en la retaguardia y solo así consiguió que terminara de bajar la escalera; solo que, al hacerlo, corrió tan rápido que empujó a Randall y este resbaló golpeándose la frente provocándose hinchazón.
—¡Carajo, Bennet!, ahora tú solo deberás encarcelarla —dijo mientras se reponía, poniéndose de pie lentamente.
Por su parte, Bennet no hizo más que caminar hacia ella y llevarla suavemente hasta la celda, donde le quitó la cadena y encerró sin mayor escándalo.
—Deja de ser tan agresivo, Randall, y ellos harán lo que deseas. —Bennet guardaba las llaves en un pequeño cajón de la mesa frente a mi celda.
—¡No son personas, Bennet!, ¡son herejes!
—Herejes o no, no te corresponde juzgarlos. Nuestro trabajo es encerrarlos y mantenerlos vivos hasta que se decida su castigo. Bennet se acercó a Randall y le pinchaba el pecho con su dedo mientras le decía todo aquello. Yo solo me preguntaba por qué sería castigado si lo único que hacía era cuidar de sus cosechas. Todos nosotros cuidamos sus cosechas, ¿eso es ser hereje?, ¿eso es malo?
Nunca tuve contacto con la de a lado, pero podía sentir su tristeza y creo que ella podía sentir la mía. Nos acompañábamos en soledad y silencio hasta que vinieron por ella, para mi sorpresa, solo unas cuántas noches después de que llegó.
—¡Te condenaron a la horca, comecrías! —dijo Randall al bajar apresurado, pero Bennet lo detuvo en seco.
—¡Randall! —le gritaba desde arriba—. ¡Hazte a un lado!, yo la llevaré. No quiero que hagas escándalos. Randall lo miró furioso y me señaló. —A él si lo llevaré yo, ¿de acuerdo? Bennet también me miró y lo pensó por un momento.
—Está bien, él es mucho más tranquilo. Ahora ve a informar que ya la llevo.
Randall se fue deprisa y al desaparecer del lugar, Bennet se agachó para colocarle la cadena y lo escuché decirle: «Tu amo abogó por ti, pero tu crimen fue atroz. No debiste comerte a tu cría y mucho menos dejar que tus otras crías comieran de ella…Estarás bien. Yo rezaré por ti». Bennet fue amable, y no lo sabía, pero si la tranquilizó. Yo lo pude sentir. Ella caminó hacia las escaleras resignada y calmada. Supuse que su serenidad se debió a que supo que su amo la defendió.
Por mi parte, han pasado casi dos meses sin salir de aquí. Veo, desde el pequeño hueco con barrotes que está en mi celda, todas las lunas que me he perdido. Sé que estoy cerca de ver a Alis de nuevo porque un momento antes de verla por primera vez, me sentí igual que como me siento ahora: cansado y sin ganas de moverme.
Escucho los pasos de los guardias. Creo que es mi turno, pero no puedo caminar. Apenas puedo entreabrir mis ojos y creo que es Randall, huele a que es Randall. —¡Mírate! ¡Si no puedes caminar, te llevaré arrastrando! Tengo el cuerpo tan adormecido que ya no siento nada. Creo que me ha puesto la cadena. No estoy seguro, pero mi pelaje comienza a sentirse húmedo, las escaleras tienen un filo más tortuoso del que recordaba y mi nariz no me engaña. El olor a hierro se ha intensificado. Al fin podré salir de aquí. ¿Bhlaz estará del otro lado?
***
Al salir, la luz es demasiado cegadora. No recordaba que los días fueran así de luminosos. Desde que comencé a cuidar de las cosechas soy nocturno. Alis, yo y todos los demás somos nocturnos.
A lo lejos distingo a Bhlaz. Se ve muy angustiado y está llorando. Corre hacia mí, pero yo ya no distingo si sigo avanzando o no. Me gustaría decirle que no debe preocuparse porque Alis ya me está esperando, me lo ha susurrado, aunque no creo que pueda entenderme por ahora.
—¡Chestibor!, ¡¿qué te han hecho?! —Alcanzo a escuchar.
Cuando me encontré con Bhlaz me hallaba todavía muy aturdido por la pelea que tuvimos con los que querían robarse las cosechas, no era para menos. De un momento a otro Alis y los demás desaparecieron dejándome solo en medio del campo.
El ambiente crepuscular mantenía una neblina ligera en el terreno, pero pude distinguir frente a mí a un hombre que desenterraba los vegetales de la tierra para poder comer y comencé a gruñir. El hombre, asustado, gritó: «¡Ese perro acaba de aparecer de la nada!, ¡llamaré al sacerdote!» y luego corrió despavorido. Cuando volteé, Bhlaz estaba tras de mí y se acercó lentamente: «No tengas miedo, no dejaré que te lleven. Yo te cuidaré», me dijo, y noté que vació un poco de leche en una de sus manos. Me acerqué a beber, hacía mucho que no probaba gota de leche. A pesar de no conocerme y hasta temerme, me trató muy bien. Decidí quedarme con él hasta volver a reunirme con Alis y ese momento ha llegado. Bhlaz y yo somos de dos mundos distintos y debo partir, aunque seguiré cuidando de sus cosechas. Creo que hay más hombres a mi alrededor. Logro distinguir a Randall, a Bhlaz y a Bennet, pero al hombre de vestimenta con la cadena en el cuello que termina en cruz no lo había visto. Me parece que también está aquel ladrón y uno más con ropas cuidadas que no parece ser un campesino.
—El acusado morirá aquí. No puedo llevar a cabo su sentencia en este estado —dice el de ropas cuidadas.
—Lamento que haya pasado esto señor, Randall no es tan cuidadoso en su trabajo como yo. —Me parece que esa es la voz de Bennet.
—¡No pueden enjuiciar animales!, ¡son animales! —Creo que esa es la voz de Bhlaz. ¡No puedo creer que hayan condenado a la horca a una cerda que se comió a su cría porque su amo no la alimentó! —Al parecer sigue llorando, pobre Bhlaz. No puede soportarlo.
—Si este perro apareció de la nada en medio del campo y además durante la noche, como el testigo nos cuenta, solo puede ser obra del demonio —dice el del collar que termina en cruz.
Me gustaría mirar a Bhlaz para mostrarle que todo estará bien, pero ya no puedo más. Descansaré los ojos.
Todo empieza a ponerse obscuro a pesar de la luz del día, también siento que poco a poco mi cuerpo se va inundando de calidez. ¿Ya estaré con Alis? Puedo olerla, puedo oler el aroma de su cabello.
—¡Despierta, amigo! —La voz que tanto ansié escuchar me saluda nuevamente. Creo que ya me encuentro nuevamente bajo los rayos de la eterna luna crepuscular—. Ahora te llamas Chestibor, ¿verdad? ─Abro mis ojos y veo que Alis me sonríe—. Respetaré el nombre que te puso Bhlaz, allá en el mundo de los vivos y la luz del día. —La sonrisa de Alis nunca cambió y creo que nunca cambiará—. ¡Vamos!, caminemos hacia los sueños de Bhlaz para avisarle que estás conmigo y estás bien.
No sé qué verá Bhlaz en su sueño, pero yo me veo caminando junto a Alis bajo el cielo nocturno para seguir cuidando de las cosechas junto a los otros.
Anacaren Pérez Ramírez nace en la Ciudad de México en junio de 1995. Desde pequeña inclinó sus estudios hacia la física y las matemáticas, lo que le permitió egresar del Instituto Politécnico Nacional como Ingeniero en Comunicaciones y Electrónica. Sin embargo, su gusto por la literatura, en especial en el género de la fantasía y terror, no se quedó atrás y eventualmente comenzó a escribir sus propios relatos.
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