por Patricia Juárez Vázquez
Era demasiado para mí, en muchos sentidos, asistir a ceremonias como un funeral. Sólo se trata de personas que no fueron lo suficientemente valientes para demostrar el cariño que le tenían a la persona que había fallecido. En este caso sentía alivio de que esa persona estuviera en el ataúd.
Aunque todos comentaban del buen hombre que fue, del gran padre que era y el mejor líder que tuvo la empresa en la que laboró, nunca mencionaron sus habilidades como asesino de mi amiga.
Él siempre pensó que las cosas le favorecerían, pero estar aquí al pie de su ataúd me hacía sentir segura de que jamás se levantaría y jamás podría tocar a ninguna. Este secreto estaba enterrado antes de que Emilio reposara en el ataúd.
Hace seis meses me di cuenta de que Melissa estaba discutiendo con alguien por teléfono, entonces todo cobró sentido. Le preguntamos qué era lo que pasaba.
La tarde se centró en ella y su firme decisión de terminar ese matrimonio que comenzaba a destruirla. La actitud de su esposo comenzó a cambiar cuando obtuvo trabajo en el despacho. Por la mañana había descubierto su infidelidad con una de sus compañeras, una mujer de apenas 25 años. Melissa estaba segura de que un divorcio no era el fin del mundo.
No fue muy difícil saber la rutina de Emilio. Terminamos con su amenaza: “Si no hay cuerpo no hay crimen”. Era claro el mensaje; él era el responsable directo de la muerte de Melissa, ella no murió de ese infarto por un asalto. Él sabía sus horarios, sabía que ese día conduciría sola, a pesar de sus problemas cardiacos, debido a una discusión con él.
No lo hizo con sus propias manos; era un cobarde. Tal vez, no lo suficiente. Contrató a alguien que lo hiciera por él. El supuesto asalto fue un fraude; no se llevaron nada. La noche anterior, Melissa le dijo que quería el divorcio.
Aunque todas habíamos sido víctimas de abuso en nuestras relaciones; Esther, la mayor del grupo, era la más afectada con la noticia de la muerte de Melissa. Estaba decidida a probar que él era el responsable, pero no sería fácil. Lidia, su asistente, fue la clave para comprobar que Melissa fue víctima del anhelo de libertad.
Lidia me observa con familiaridad desde la otra esquina, cerca del grupo de trabajo al que perteneció Emilio. Decidimos ser cautelosas, sólo nos mirábamos de vez en cuando, evitábamos coincidir en el baño o al servirnos café.
No había duda de que él se había suicidado después de confesar en una carta que él orquesto la muerte de su esposa. No queríamos levantar sospechas; como Emilio había sugerido: si no hay un cuerpo no hay crimen.
Esther y yo conseguimos pruebas de las llamadas telefónicas, de sus múltiples infidelidades y decidimos actuar.
Él no sabía que ese era el último café que bebió en su propia casa cuando lo confrontamos. Hicimos una transacción, aprovechándonos de sus negocios sucios en la empresa. Parecía ser el mejor; sin embargo, siempre existieron cosas turbias en su administración. Ahora mismo todo eso le escupía en la cara.
Cuando Emilio vio los estados de cuenta en cero, lo habíamos depositado en cuentas para instituciones que apoyan a mujeres víctimas de maltrato, pensó que no sabíamos de sus juegos sucios.
Mientras Esther tiraba de su corbata, él me vio por la ventana. Ella tiraba lo suficientemente fuerte para robarle la última bocanada de aire. Su suicidio fue el remedio y el alivio para sus posibles futuras víctimas.
En el funeral, todos piensan que él es mejor. No esperan la gran nota en los periódicos nacionales de sus malos manejos y los testimonios de sus parejas anteriores, quienes ahora mismo nos esperan en un café cercano para agregar su experiencia al artículo. Emilio solo es uno de los muchos hombres que deciden tomar a las mujeres como objeto.
Lo que no todos saben es que este funeral es el festejo de muchas, el alivio de que Melissa no murió en vano. Su historia no será solo un artículo, será el nombre que salvó a muchas de las manos de Emilio.
Esther y yo prometimos vernos en nuestro café de siempre, puntuales a las 9:00 am, bebiendo y charlando para honrar la memoria de Melissa. Nuestra promesa quedó sellada esta mañana con el luto, frente a su ataúd.
Viajera entre mundos, expositora de sueños y navegante de historias.
Patricia Juárez Vázquez vive en el Estado de México. Tiene 26 años. Espera en un futuro mejorar su escritura y la lectura.
Le agrada mucho compartir sus nuevos descubrimientos y aprendizajes en espacios seguros como Lunáticas. Amante de la escritura creativa, fiel creyente del poder de las letras. Su hogar está en los espacios feministas, pues la han ayudado a confiar en sus letras. Siempre busca con sus relatos y escritos mostrar diferentes perspectivas, crear empatía ante situaciones vulnerables y dejar algún mensaje en ellos.
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